Por Mauro Libi Crestani. Si bien es cierto que las innovaciones tecnológicas facilitan la vida de las empresas también es cierto que los cambios, sobretodo en el ámbito digital, ha transformado los métodos de hacer negocios, de trabajar y de comercializar. El concepto de empresa tradicional está siendo desplazado por nuevas formas de empresas que se basan en servicios digitalizados que ha transformado incluso la relación laboral y empresarial, el ejemplo más perfecto es Uber.
Para nadie es un secreto que revolución tecnológica y digital ha modificado el comercio, la banca, las finanzas, los medios, el transporte y todo el sistema de producción. Y ha creado servicios que modifican el modelo imperante. Hoy en día los públicos que consumen productos y servicios se organizan en plataformas globales de intercambio.
Es interesante observar cómo las bases de datos, los motores de búsqueda y la conectividad están formando redes de personas planificadas y cuya decisión irrumpe en los métodos de comercialización vigentes hasta mediados del siglo XXI. La combinación de las tres plataformas creó una economía de intercambio, que no es otra cosa que la optimización de unos recursos privados hasta entonces infrautilizados. Hablamos de bienes físicos, por lo que cada vez se va a privilegiar más el uso de la propiedad.
La revolución digital está cambiando el sistema económico y transformando notablemente el poder de compra global. No obstante, está generando nuevas realidades que muestran que las innovaciones están captando una parte creciente del valor en detrimento del trabajo.
La creación de redes entre individuos permite que cada cual amplíe sus posibilidades de intercambios hasta el infinito. Nuestros activos privados, infrautilizados, constituyen una nueva oferta con un coste marginal muy bajo o incluso nulo, disponible en grandes cantidades. El resultado es que disponemos de una oferta enriquecida, más diversa y asequible, y lo que es formidable, sin producir más en proporción.
Por Mauro Libi