En momentos de turbulencia social se hace necesario
revisar las bases que definen nuestra vida y nuestro comportamiento social. Lo
que implica investigar a fondo los principios
y valores que se inculcan desde la institución familiar.
Y es que más allá de los tiempos que vivimos, los
adelantos tecnológicos o la misma globalización, la familia sigue siendo la base de la sociedad civil, el escenario
idóneo para la crianza, educación e integración social de los
futuros ciudadanos, y son los padres, a través de la convivencia sana y el buen
ejemplo, los principales responsables de aplicar esos valores que en un momento
dado dejan de ser familiares para regir a toda una sociedad.
Bien se dice que la familia es la
primera escuela de virtudes humanas que todas las sociedades necesitan. Un
centro de aprendizaje y de retroalimentación de enseñanzas. Porque no hay jefe
o jefa de familia que no haya aprendido en carne propia el amor incondicional,
el compromiso, la tolerancia y el respeto a la diversidad ante los retos que
implica conocer, comprender y sacar adelante a sus hijos tal y como son.
En mi caso particular puedo decir con
propiedad que los valores familiares marcaron profundamente el camino personal
y profesional en función de servirle a mi país. La honestidad, la responsabilidad,
la disciplina, el amor al trabajo, el deseo de superación, el respeto y la solidaridad
son solo algunos de los valores “heredados” de mi familia y que ahora transmito
a los míos como un legado que nos llena de orgullo.
Incluso en la Casa Hogar Al Fin, una ONG
del Grupo Libi para la atención integral de niños en situación vulnerable, desechamos
el viejo concepto de albergue de menores y adoptamos el esquema familiar como
comunidad de amor y solidaridad, para formarlos bajo las
virtudes y valores humanos, ciudadanos, culturales, éticos y espirituales que regirán
sus vidas mientras crecen y a futuro.
Algo debe estar pasando cuando hay padres que no se
comunican con sus hijos, cuando las cifras de maternidad en adolescentes siguen
en alza, cuando los ancianos son abandonados a su suerte, cuando ya no
comparten la mesa ni las creencias religiosas. No olvidemos que ese cuadro
anacrónico es el reflejo maximizado de una sociedad que actualmente requiere
cambios profundos para superar gran parte de sus problemas y así podamos
finalmente avanzar como nación.
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