martes, 10 de diciembre de 2019

Alimentación ecológica para contrarrestar el cambio climático



A propósito de la Cumbre del Clima de la ONU (COP25),  varias corporaciones, empresas e instituciones están elevando su voz para que se tomen medidas urgentes que impulsen la transición a modelos alimentarios ecológicos como un “antídoto” viable y efectivo frente al cambio climático.

Y no podría ser de otra manera, si tomamos en cuenta que la suma de todos los eslabones del sistema alimentario son los que producen la mitad de las emisiones de Gases Efecto Invernadero (GEI) generados.

Siendo la alimentación básica y primordial para la vida humana, es preciso entonces estimar a la producción ecológica como un factor clave que puede aportarnos soluciones, no solo para reducir la emisión de GEI, sino también para aminorar el impacto que los cambios en el clima tienen en la producción agropecuaria.

Si hablamos de agricultura ecológica, en ella no se utilizan fertilizantes de síntesis y se necesita gestionar mejor los aportes nitrogenados para evitar la aparición de plagas de difícil control.

Además, el compostaje disminuye globalmente la emisión de los GEI que se producen en el manejo del estiércol. Tampoco debe olvidarse la capacidad de secuestrar carbono en los suelos, tal y como lo llevan haciendo hace años los/as agricultores/as ecológicos con la fertilización orgánica.

En cuanto a la ganadería ecológica, esta ayuda a reducir la carga ganadera (número de cabezas) y basa la alimentación de los animales en recursos locales, disminuyendo las necesidades de importar productos como la soja o el maíz desde otras latitudes.

Tanto la agricultura como la ganadería ecológica promueven el consumo mayoritario de alimentos frescos, de temporada y de proximidad, ecológicos, la reducción del consumo de carne, el reciclaje de residuos orgánicos para la obtención de compost y la minimización del desperdicio alimentario, factores primordiales para contrarrestar el cambio climático.


Momento crucial para tomar decisiones trascendentes para las próximas generaciones

En el COP 25, jefes de estado, funcionarios climáticos, organizaciones no gubernamentales, grupos juveniles, movimientos locales y otros actores no estatales expondrán sus puntos de vista y aportarán ideas que ayuden a frenar la emergencia climática.

Según los conocedores de la materia, los próximos 14 meses son críticos para controlar las emisiones de gases de efecto invernadero, que alcanzaron un récord en 2018. Según el Acuerdo de París, los gobiernos acordaron actualizar sus planes climáticos para 2020.

Así mismo, la COP 25 constituye  un momento crucial para revisar el Mecanismo Internacional de Varsovia para Pérdidas y Daños y comenzar a implementar un sistema justo para mejorar la resiliencia climática de los más necesitados.

En ella, los países negociarán planes más ambiciosos para limitar el calentamiento global a 1.5 ° C, de acuerdo con el Acuerdo de París.

De allí la importancia de que tanto los estados como las organizaciones propongan y se comprometan a cumplir acciones climáticas donde la producción ecológica y los modelos de consumo agroecológico sean considerados como parte de la solución, apoyados en los modelos de producción ecológicos que están dando excelentes resultados en todo el mundo.

Las decisiones que se tomen en esta cumbre no pueden dejar a un lado el importante papel que el modelo alimentario tiene para revertir la emergencia climática y los acuerdos así deben reflejarlo.

Por todo esto es menester que a partir de la COP25 y de cara al 2020 comencemos a trabajar con unas directrices muy claras para facilitar una transición ecológica que favorezca sistemas alimentarios justos y sostenibles con la vida de nuestro planeta y con la vida humana.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Los retos de la agricultura ante el cambio climático



Ante los efectos del cambio climático, la humanidad enfrenta el reto de garantizar la alimentación a las próximas generaciones de modo suficiente, sustentable y sin agredir al medio ambiente.

Este fenómeno climático amenaza con aumentar los períodos de sequía, reduciendo la disponibilidad de agua, así como el aumento de la temperatura. Esto trae un incremento de la salinización de los suelos que afectará notablemente a los cultivos.

En ese contexto, La agricultura es actualmente la responsable del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de la Unión Europea (UE), al liberar cantidades significativas de metano y óxido nitroso, dos potentes gases de efecto invernadero.

De allí que el reto propuesto se enfoque en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en la agricultura, junto a nuevas técnicas para disminuir el consumo de agua en este sector productivo.

Ya son varios los países e instituciones que avanzan con varios proyectos que logren exitosamente producir alimentos con las condicionantes del cambio climático.

Una es el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrias (IVIA), en el que un equipo de científicos trabaja para que  los agricultores puedan mantener sus cosechas en cantidad y calidad, reduciendo el consumo de agua.

Enrique Moltó, director del IVIA, explica que las líneas de trabajo del instituto se centran en la reducción del consumo de agua con ensayos de cultivos y la optimización del riego frente a la salinización de los suelos, la producción de patrones y variedades resistentes a la sequía y a la salinidad, la investigación sobre los genes que determinan la resistencia a la sequía y a la salinidad y, por último, la producción de variedades de fruta que requieren menos horas de frío, ya que otro efecto del cambio climático es el aumento de las temperaturas.

El académico resaltó la importancia de lograr avances con el riego deficitario que consiste en acostumbrar a la planta a recibir agua cuando realmente lo necesita, ya que “hay periodos del año en que no hace falta o el agua necesaria es mínima”. Sin duda será una modalidad muy útil para las próximas décadas.

Igual valor se le está dando a los cultivos resistentes a la salinización del suelo, un fenómeno vinculado con el aumento de las temperaturas y la disminución de las lluvias.

La Hidroponía también será de suma utilidad para enfrentar el cambio climático. Consiste en consiste en cultivar sobre sustratos (arena, grava o elementos artificiales) en vez de tierra. Esta práctica está alcanzando un gran auge en los países donde las condiciones para la agricultura resultan adversas. Combinando la hidroponía con un buen uso del invernadero se llegan a obtener rendimientos superiores a los que se obtienen en cultivos a cielo abierto.

Por otra parte el déficit hídrico obliga a la racionalización del riego, modernizando las estructuras e incorporando sistemas de riego más eficientes. En la Comunidad Valenciana se está llevando a cabo, en este sentido, una experiencia piloto de tele-monitorización de la humedad del suelo.

lunes, 11 de noviembre de 2019

La crisis climática y el futuro de los alimentos


Mauro Libi Crestani

Mientras el avance tecnológico continúa abriendo caminos para proporcionar salud y bienestar a la humanidad, el cambio climático nos coloca frente al reto de producir mayor cantidad de alimentos y de manera sustentable.

El escenario presenta, por una parte, un aumento poblacional estimado en unos 9 mil millones de personas en el mundo a mediados de siglo, una condición que obliga a incrementar los cultivos.

En contraparte, tenemos un cambio climático signado por calor, sequía e inundaciones que amenazan la disponibilidad del agua necesaria.

¿Cómo enfrentar este reto?

Parte de la respuesta se plantea en la más reciente publicación de Amanda Little:The Fate of Food” donde toca diversos aspectos a tomar en cuenta para ser más asertivos en el abordaje de la crisis climática y su relación con la producción de alimentos.

Según la reconocida profesora de la Universidad de Vanderbilt y periodista, el desafío es doble: Resolver los problemas existentes de la agricultura industrial al tiempo que nos preparamos para las presiones que tenemos por delante.

A través de su obra, Little explora cómo podemos satisfacer esta creciente demanda y, si no podemos, «¿Qué tan mal estamos exactamente?»

La investigadora advierte que el calor, las sequías, las inundaciones, los incendios forestales, las estaciones cambiantes y otros factores, alterarán radicalmente nuestro panorama alimentario: lo que comemos, dónde está hecho, cómo lo pagamos y las opciones que tenemos.

De ahí que insista en la necesidad de reinventar todo el sistema alimentario mundial y adaptarnos al clima cambiante.

Indagaciones y advertencias en buen momento

La catedrática expone una serie de interrogantes para reflexionar.

¿Pueden los OGM ser realmente buenos para el medio ambiente y para nosotros?

¿Estamos ante el final de la carne animal?

¿Qué se necesitará para eliminar los químicos nocivos de la agricultura?

¿Cómo puede un suministro de alimentos limpio y resistente al clima ser accesible para todos?

Además, enciende las alarmas sobre la demanda de alimentos, la degradación de los recursos naturales indispensables para lograrlo, como el agua dulce y los suelos saludables, así como la incertidumbre que causan estos cambios en los sistemas agrícolas.

Una experiencia enriquecedora

Amanda Little, pasó tres años viajando por varios países buscando respuestas a la pregunta sobre la crisis climática y el futuro de los alimentos.

Exploró desde un huerto de manzanas en Wisconsin hasta una granja orgánica de control remoto en Shanghai, desde granjas de peces noruegas hasta regiones de Etiopía afectadas por el hambre.

En su periplo, conoció lugares claves para entender este fenómeno, tales como una planta de aguas residuales de California y un laboratorio de investigación del ejército de los Estados Unidos.

A través de sus entrevistas y aventuras con granjeros, científicos, activistas e ingenieros, Little tuvo la oportunidad de comparar enfoques sobre la producción de alimentos, al tiempo que definió un movimiento que podría redefinir la alimentación sostenible a gran escala.